espacios revelados / Changing places gdl 19-20 espacios revelados / Changing places gdl 19-20 espacios revelados / Changing places gdl 19-20

HABITAR EL FALLO

Habitar el fallo se planteó como una agrupación de pensamiento compartido para reflexionar en comunidad sobre las formas en las que habitamos nuestra ciudad, cómo accedemos a sus distintos espacios y desde qué lugar y cuerpos los abordamos partiendo de la idea de Fallo como eje central. El laboratorio investigó acciones estratégicas de encuentro: el tacto, la cooperación, el intercambio de experiencias e historias y la pregunta individual y colectiva ¿en qué se materializa el fallo?

El grupo de colaboradoras trabajó junto con el reconocido artista escénico y educador Rubén Ortíz, así como distintos invitados quienes fueron detonadores de la reflexión. Este laboratorio estuvo planteado en dirección al diálogo grupal y la auto-organización en la toma de decisiones.   

Desde agosto de 2019 hasta enero de 2020 se realizó en tres barrios: El Santuario, Analco y La Perla. En estos participaron alrededor de 300 personas.

-

Durante cuatro meses y como prólogo del encuentro Espacios Revelados, veinte becarias de diferentes disciplinas (arquitectura, diseño, gestión y arte) conformaron un laboratorio para pensar las prácticas artísticas en territorio.

El laboratorio, de acuerdo con las intuiciones del equipo curatorial del encuentro, tenía diversos niveles de actividad. Uno era evidentemente pedagógico. Ya que Espacios Revelados parte de las prácticas artísticas y gran parte de las integrantes - aunque pudieran tener experiencia de trabajo en territorio- provenían de otras áreas, ¿cómo marcar la diferencia entre los objetivos académicos o sociales con los artísticos? Asimismo, el laboratorio se convertiría en depositario de un archivo recopilado en vinculación con proyectos académicos y que implicaba un mapeo de las zonas donde se propondría el trabajo para los artistas del encuentro ¿Cómo imaginar el devenir de ese archivo con miras a ser aprovechado por los artistas?

Las participantes asistirían también a la serie de eventos organizados para preparar el terreno para el encuentro: charlas, seminarios y talleres.
Finalmente, el laboratorio tendría que ser autónomo y con capacidad de diálogo con el equipo curatorial.

Pero, no menos importante es el reto que estaba impreso en el nombre del laboratorio: si el impulso de la modernidad, con sus instituciones, legislaciones, construcciones y promesas muestra ya grietas vueltas vidas precarias, desigualdades e impunidad, ¿qué significaría colocar allí la acción de habitar, aparentemente tan sencilla, tan corriente y a la vez tan secuestrada?

Así, al ser invitado a coordinar el laboratorio, lo primero que pensé fue en organizar las fuerzas luego de un diagnóstico de la experiencia de las integrantes. Así, se conformaron tres brigadas: Archivo, que se haría cargo de los documentos recibidos, pero también de los que pudieran generarse sobre el trabajo; Bitácora, que encontraría formas de narrar las diferentes etapas de nuestras dinámicas; y la brigada de Acción en el territorio que se encargaría de planear conceptualmente y realizar el protocolo de las acciones artísticas en las zonas con las que se tenía ya algún vínculo.

Pero aún faltaba un problema por resolver: la autonomía. Los encuentros del laboratorio eran muy espaciados y los talleres y gestiones del equipo curatorial iban a gran velocidad. Así que, aún antes de pasar a pensar en posibles acciones, era necesario hacer un alto e imaginar qué clase de compañía queríamos hacer(nos). Es decir, quiénes éramos, quiénes queríamos ser y cómo querríamos entonces acompañar Espacios Revelados. De tal manera, hicimos un ejercicio de diagnóstico de nuestros deseos y temores que quedó plasmado en un Manifiesto donde todo eso quedaba articulado y expresado en voz alta y colectiva.

Eso respondía al nivel organizativo, pero faltaba un detalle operativo-didáctico. Me refiero a poder emplazarnos desde la mirada artística para realizar nuestros deseos. Por un tiempo, entonces, jugaríamos a ser artistas, es decir, a poner en la vanguardia las intuiciones y las formas sensibles antes que los objetivos académicos o sociales (que por otro lado no había motivo para desaparecer o menospreciar, pues seguían en la memoria de las integrantes y eso era enriquecedor).

Con todas estas dudas y apuestas, entonces, se planeó la primera acción en el barrio de Analco. Allí la comida resultó el eje conceptual, de manera que se imaginaron tres dispositivos: una convocatoria para compartir recetas de salsas y que llevaría a sentarse a entablar conversaciones con los vecinos; un puesto para compartir recetas e historias; y un tercer dispositivo que trabajaría el imaginario de niñas y niños del barrio.

Entre las preguntas operativas que surgieron de esta acción quiero destacar una, con sus derivados: ¿cómo convocar a la gente?, ¿cómo acercarse al barrio?, ¿cómo invitar insitu a las personas a participar?, ¿qué protocolos inventar, qué actitudes tomar, a quién acudir como mediador?

Fue interesante tanto pensar en el diseño de los carteles, acudir al cura para que invitara a los fieles a acudir después de la misa, así como a sacudirse la timidez y abordar directamente a los transeúntes.

A mi parecer, el giro más importante ocurrió en la segunda acción: para trabajar en la plaza frente al Santuario, se pensó en una cabina a la cual la gente entraría a bailar su canción favorita. La cabina cerrada por los cuatro costados, sin embargo, dejaría los pies de las y los bailarines a la vista; pies que además estarían bailando sobre un contenedor de arena que levantaría una nube de polvo durante la danza.
Aquí estaba la intuición en su máximo desarrollo: frente a un lugar sagrado, un objeto minimalista, dedicado al cuerpo y la memoria del espectador que, por si fuera poco subrayaba el rastro, la huella del acontecimiento.

La tercera intervención sin embargo no se quedó atrás. El proyecto realizado en cortísimo tiempo consistió en hacer un documental con diversas personas del barrio, pero que sería proyectado en el antiguo cine ahora convertido en estacionamiento. Una vez más, los aciertos: la recuperación vocacional del espacio a través de la memoria barrial. Y así fue que después de la proyección del breve documental de 10 minutos (previos carteles, convocatorias en primera persona y ayuda del cura local) se entablaron conversaciones con los vecinos que recuperaron no sólo historias de hechos, sitios o personas, sino también de las experiencias íntimas las dinámicas del cine.

Con estas tres acciones, el laboratorio Habitar el fallo dio por concluida su experiencia. Queda organizar el archivo y hacer públicos los procesos y resultados. Queda reflexionar sobre qué hizo el deseo y dónde quedaron los temores. De eso nos darán cuenta estos materiales, pero también la memoria de quienes participamos, aprendimos y nos divertimos durante su breve existencia.

Rubén Ortiz
Coordinador